Publicado: 06/11/2006 - Actualizado: 13/08/2019
Autor: Miriam Reyes
Es costumbre escuchar a algunos detractores de la agricultura y de la ganadería biológicas señalar, con menosprecio, que los alimentos ecológicos son más caros que los convencionales. Efectivamente, en la actualidad los alimentos orgánicos son, en general, un 20/25% más caros que los convencionales. ¿A qué responde esa diferencia? ¿Quién tiene la culpa? Ni los productores ni los consumidores son los responsables. El Sistema es el problema.
Economía y medio ambiente
En realidad, no es correcto decir que los alimentos biológicos son más caros. Lo que ocurre es que existen alimentos convencionales que salen al mercado a precios reventados. Una de las principales razones por las que se da esta circunstancia tiene que ver con los costes medioambientales de la producción convencional. Efectivamente, la economía global y sus productos convencionales no internalizan los costos medioambientales o ecológicos. Hablando en plata, ¿qué significa esto? Significa que los daños medioambientales y de salud pública que conllevan la masiva utilización de plaguicidas en los cultivos, fertilizantes químicos, monocultivos industriales, antibióticos y hormonas en el ganado, condiciones de estabulación infrahumanas, aditivos y colorantes… no los satisfacen los productores. Hoy, sabemos que una parte de las altísimas tasas de cáncer que se dan en nuestra sociedad tienen que ver con la utilización de herbicidas y pesticidas de la agricultura convencional, que llegan al consumidor a través de alimentos de todo tipo. Estos biocidas químicos también contaminan las aguas y entran en la cadena trófica de formas indirectas, agravando problemas de salud pública. Diferentes estudios relacionan la toxicidad de diversos plaguicidas de uso masivo en la agricultura industrial con enfermedades degenerativas, alergias, vulnerabilidad del sistema inmunitario, esterilidad… Además, la utilización de estos productos químicos de síntesis también afecta a la fauna y a la flora de los ecosistemas agrarios. Los daños causados por la utilización de este tipo de productos son satisfechos por el erario público: es decir, por todos nosotros. Al no cumplirse el imperativo de que "quien contamina… paga", la Administración está subvencionando la producción globalizada y solventando sus problemas con el dinero de todos los consumidores, incluso con el de aquellos que no consumen productos convencionales. Quien sale beneficiado, principalmente, son las grandes empresas de agrotóxicos.
Un asunto coyuntural
Otra de las razones fundamentales por la que los productos biológicos resultan algo más caros tiene que ver con la ley de la oferta y la demanda. Las producciones masivas de alimentos manufacturados que llevan a cabo las industrias alimentarias convencionales les permiten reducir costos en producción y distribución. Los productores biológicos cuentan con una pequeña clientela todavía y el mercado diseñado por la economía global no ha sido creado para favorecer a los pequeños agricultores, ganaderos, artesanos… La inexistencia de un mercado masivo de alimentos "bio" en nuestro país multiplica los costos de todos aquellos cuyas fórmulas productivas se mueven todavía en un sector artesanal o semiartesanal.
En los productos más elaborados, el proceso es similar. Para los responsables de la empresa madrileña La Panata, que distribuye pan biológico de levadura madre a toda España, si el precio del pan orgánico es más caro que el del pan blanco y/o integral convencional es por razones estructurales: "Aunque en aumento, el consumo de pan integral es aún muy pequeño en España. Esto hace que las moliendas sean pequeñas y costosas, así como la fabricación y distribución. Si, además, este pan está elaborado con levadura madre como único fermento, obtendremos un pan de una calidad nutritiva muy superior al blanco o al integral convencional, pero la elaboración adquiere un alto grado de complejidad, encareciendo el producto. La elaboración de este producto es artesanal".
Los puntos de venta de estos alimentos ecológicos son además todavía muy limitados, y el consumidor debe tener verdadera voluntad de consumo para desplazarse a veces incluso lejos de su domicilio para localizarlos. Esto nos indica que si el número de puntos de venta aumentara, aumentaría asimismo el consumo y por tanto los costos de distribución bajarían repercutiendo directamente en la bajada del precio del producto final.
Calidad superior
En general, muchos de los productos convencionales de bajos precios en el mercado convencional son de ínfima calidad, tanto en lo que concierne a productos frescos como a elaborados. Esa baja calidad afecta al contenido nutricional. A diferencia de los productos al uso, los alimentos biológicos tienen menos agua y más materia seca, más vitaminas, fitonutrientes y minerales. Un estudio comparativo realizado en Dinamarca concluyó que los alimentos biológicos tienen de 10 a 50 veces más fitonutrientes. Otro estudio elaborado por la investigadora Virginia Worthington sostiene que en los productos orgánicos hay más presencia de magnesio, vitamina C, hierro y fósforo.
Volviendo al ejemplo del pan, Diego Rivera, experto en producción alimentaria ecológica, señala que "la harina ecológica se vende completa. Es decir, incluye la harina, el germen y el salvado. Es un producto de gran calidad, muy diferente al de la industria convencional. La harina corriente, además de proceder de cultivos con pesticidas, no incluye el germen de trigo. Por tanto, es lógico que exista una diferencia, sobre todo, por el altísimo precio del germen de trigo en el mercado". La diferencia de calidad de los productos biológicos a los convencionales es altísima. La diferencia que hay en los precios también es una diferencia de salud en el consumidor. Lo que uno se ahorra comprando productos baratos se lo gasta luego en consultas médicas o en suplementos nutricionales.
¿"PAC" quién?
La mayoría de los agricultores que se dedican a la agroecología disponen de fincas de tamaño pequeño o pequeño-medio, sobre todo en comparación con las fincas de los grandes terratenientes de la agricultura industrial. La PAC (Política Agraria Comunitaria) subvenciona, sobre todo, a las grandes empresas y a los grandes monocultivos y no a las granjas familiares. Según ha denunciado Jerónimo Aguado, presidente de Plataforma Rural, "el 4% de los perceptores de ayudas de la PAC reciben el 40% de las mismas, lo que supone la friolera de 360.000 millones de las antiguas pesetas por año". Esto beneficia a empresarios como la duquesa de Alba, a cuyas arcas van a parar los fondos que tendrían que ser repartidos entre las explotaciones más familiares, ecológicas y locales. Para Aguado, "la PAC es un eslabón más de la cadena que permite el control del sistema agroalimentario internacional por un puñado de industrias multinacionales".
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El precio justo
No en todos los casos, desde luego, pero, en general, podemos certificar que las empresas (sean agrícolas, ganaderas o elaboradoras) dedicadas a la producción orgánica… realizan también una tarea social. Fomentan, en buena medida, la eco-nomía local (hay que recordar aquí que el modelo agrario actual que fomenta los grandes monocultivos en manos de grandes empresas multinacionales, está provocando que cada minuto en Europa se cierre una explotación agraria familiar), las culturas autóctonas y una redistribución de los recursos equitativa. Es bien emblemático el caso de los productos orgánicos del sector comercio justo. O las empresas agrícolas "bio" cuyo sistema financiero está en manos de la banca ética, incipiente en nuestro país. Estos empresarios piden sus créditos y depositan sus ahorros en bancos cuyos fondos no se utilizan nunca para financiar proyectos que no sean ecológica y socialmente éticos.
Por todo lo dicho, cuando uno ha tomado verdaderamente conciencia del hecho de su importancia como consumidor para decantar la balanza hacia uno u otro lado, hacia la contaminación o hacia la regeneración, un 20% de solidaridad con nuestro planeta no es mucho. Para empezar a cambiar el mundo hacia un futuro digno para las generaciones por venir, no parece que ese porcentaje sea demasiado exigente. O, tal vez, es que nosotros no estamos dispuestos a casi nada…
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Conviene recordar que, en el precio de un producto ecológico, existe un valor añadido de carácter, digámoslo así, moral… La agricultura y la ganadería biológicas producen alimentos saludables, ricos en nutrientes y sabrosos; protegen la salud de los agricultores y del consumidor; preservan las economías locales, aseguran la soberanía alimentaria, fertilizan la tierra y frenan la desertificación; protegen el medio ambiente a escala local y global; favorecen la retención del agua y no contaminan los acuíferos; fomentan la biodiversidad; mantienen los hábitats de la fauna salvaje; no despilfarran energía y, por tanto, resultan coadyuvantes de gran trascendencia para frenar el cambio climático y dar respuestas factibles a las cuestiones que plantea la necesidad de un futuro sostenible. ¿Les parece poco? ¿Quién da más por menos?
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